Working on…

Back to Joan Torres-Pou’s Asia en la España del siglo XIX. His chapter on Luis Valera takes me back to one of the best moments in Sombras chinescas:

Son las once de la noche. Nos queda una hora hasta que llegue el cotillón, último número de los festejos. La gente se dispersa. (…) Las señoras bajan a orillas del lago y se embarcan en los dorados juncos imperiales, que parecen iluminadas góndolas venecianas. Yo también voy en junco. Desde el lago contemplamos de nuevo aquella visión de teatral apoteosis. (…) Las señoras que estaban en Pekín el año anterior, recuerdan lo que hacían doce meses antes, y cómo estaban encerradas en las Legaciones oyendo los gritos de los boxers detrás de la negra muralla de la Tártara Ciudad. Los que no estábamos entonces en Pekín contestamos a las señoras que todo aquello fue una pesadilla, cosa soñada y nada más; y si no, ¿cómo nos estamos paseando en la misteriosa Ciudad Prohibida, por el Lago de los Lotos Purpurinos, dueños de hacer cuanto se nos antoje y gozando de maravillosa fiesta? ¿Dónde están los boxers, dónde la Corte imperial y dónde los pérfidos mandarines que la aconsejaban? Alguien, desde la proa del junco, nos contesta incoherentemente: “cadáveres de boxers hay en el fondo de este lago, la Corte pronto regresará a Pekín, y quizás nunca vuelva a celebrarse fiesta como la de esta noche.” Lo de los boxers yacentes en el limo debajo de las aguas que surcamos no agrada a las señoras; éstas quieren tornar al embarcadero de la Rotonda, y tanto más deprisa cuanto que se oyen los compases del primer vals y las aguardan sus parejas.